Recientemente
el debate alrededor de la existencia o no del trastorno conocido como
"Trastorno por déficit de atención e hiperactividad" se ha reabierto
como consecuencia de las declaraciones a la revista alemana Der Spiegel de Leon
Eisenberg, la primera persona que habló de dicho trastorno, en las que
aseguraba que el TDAH es un
excelente ejemplo de un trastorno inventado y que la predisposición genética para el
TDAH está completamente sobrevalorada.
Como
exponen Carlos Alós y Coral Ruiz en el artículo publicado en el número 70 de la
revista Guix d'Infantil, no hay ninguna condición bioquímica, estructural
o genética que determine, de manera inequívoca, la existencia de este
trastorno. Al mismo tiempo también se habla de un cierto componente genético en
el TDAH, pero no se puede establecer ninguna relación causa- efecto
directa. Por este motivo, las cifras de prevalencia varían
considerablemente de un país o otro.
Así
pues, a pesar de que existe un
cierto consenso internacional sobre cómo se puede diagnosticar el TDAH,
vertebrado en el DSM-IV y el
CIM-10, es evidente que la interpretación que se haga será altamente
subjetiva. Los síntomas de este trastorno los podemos encontrar en
personas con disfunciones perceptivas, dificultades escolares específicas,
problemas familiares, asimilación deficitaria de nutrientes, hipertiroidismo o
intoxicación por metales como el plomo. Un retraso madurativo global e incluso
algunos medicamentos pueden provocar dificultades de atención y/o
hiperactividad.
En Cataluña, unos 20.000
niños diagnosticados de TDAH acuden cada día a la escuela medicados con
psicoestimulantes. Se ha observado que los adolescentes que han recibido
medicación durante años no presentan mejoras significativas en comparación con
otro tipo de terapias aplicadas. Por lo tanto, es necesario aprender de
aquellos profesionales que obtienen resultados positivos a la hora de
intervenir en el tratamiento de personas que presentan estas dificultades.
Estás personas, y no la industria farmacéutica, son las que deben orientarnos
en el camino a seguir.
"La
ilusión de que los problemas de conducta de los niños pueden curarse con
fármacos nos evita que, como sociedad, tratemos de buscar las soluciones más
complejas, que serían necesarias. Los fármacos sacan a todos -políticos,
científicos, maestros, padres- del apuro. A todos excepto a los niños"
(Sroufe,
2012)
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